Ayer fue mi cumpleaños.
Ayer también se cumplía la fecha para abrir un sobre con una carta especial, una carta que me escribí a mi yo actual hace más de veinte años y que está cargada de deseos, de ilusiones, de preguntas y de expectativas. Pero no esperaba encontrar lo que leí al final de la misma.
No, no creo haberte defraudado. Creo haber cumplido e incluso superado tus deseos.
Esperabas que hubiera acabado Bellas Artes, esperabas sacar una oposición de profesor para tener un sueldo estable y esperabas disponer de ratos libres por las tardes para seguir haciendo dibujitos y, tal vez incluso poder haberlos publicado en alguna revista.
Bueno, no hiciste las oposiciones, pero tus casi doce años trabajando en un estudio de diseño te enseñaron a valorar lo que realmente te hace feliz. Dibujar a todas horas. Dibujar para poder contar las miles de historias que te bullen en la cabeza desde muy pequeñito, cuando querías ser científico loco y crear un monstruo al que luego tenías que capturar porque se te escapaba del laboratorio secreto. Y gracias a ese pasado ahora te dedicas exclusivamente a eso, a dibujar lo que tu quieres. Tus historias.
Es verdad que también tienes que responder a encargos externos que no son 100% tu pasión, pero respondiendo a las palabras de algunos agoreros que he escuchado antes de dedicarme a dibujar, » en este mundillo del dibujante, al final prostituyes tus dibujos respondiendo a encargos y terminas por asquearte», pues no, no tiene porque ser verdad. Eres fiel a tu estilo y disfrutas con todos y cada uno de los encargos que te llegan, porque en ningún momento engañas al cliente. Lo que ofreces son tus «dibujines», tu estilo y tus ideas y si el cliente pretende que seas otra cosa, no es tu cliente.

También esperabas vivir en una casa cerca de las montañas, con tu jardincito asilvestrao lleno de tus esculturas, dentro un salón con chimenea y sin tabiques (¡coño!, pero que específico eres). Y bueeeeeno, no es una casa, es un piso, pero todo lo demás si lo tienes. Aunque debo confesarte un secreto, lo de la casa va de camino.
Esperas que de vez en cuando haga alguna escapadita a algún lugar, aunque no sea muy lejano, que viva alguna aventura, que siga haciendo las mismas locuras, continúe haciendo deporte y que siga rodeado de tan buenos amigos… bueno pues espero que esta imagen te sirva de respuesta:

Y las fotos del margen derecho creo que también responden a otra de tus preguntas. Al final no estás solo ¡so gañán!. Si, esa moza tan simpática que ves es con la que compartes la mayor parte de tus aventuras. Al final has tenído muuuuucha suerte, so mamón. Y sí, mantienes una buena ristra de amigos. Quizá no todos con los que ahora mismo te tratas, pero te aseguro que los de verdad aún están ahí.
Por lo demás todo sigue igual, continúas haciendo judo con tus 46 tacos, sigues corriendo cual cabra por el monte, sigues entrenando en tu casa a lo batman en la batcueva, sigues disfrutando de una buena y desmesurada comida, haciendo que ese día no les compense a los buffet libres, sigues disfrutando con el cine, sobre todo con el género fantástico y de ciencia ficción, te siguen encantando las espadas, los cómics, los documentales de la 2…en fin, sigues siendo igual de friki.
¡Aaaaaah!, veo que también te has percatado de que hay una cosa enana que parece una bebé, una niña o algo por el estilo ¿verdad?.
Pues sí, esa es la parte de tus pretensiones que no se ha podido cumplir. Pero bueno, no todo iba a ser proporcionarte caprichitos. Pero debes saber que será la fuente de varias de tus «historias», o por lo menos la más importante, ya que será el germen de tu inicio profesional en el mundo dibujil.

Pero lo que encontré al final de la carta no me lo esperaba.
Mi hermano siempre está en mis pensamientos. Todos los días me asalta a la mente sin pretenderlo alguna imagen suya de manera espontanea. A veces como un flash, o como un sentimiento intenso, pero casi siempre surge sin pretenderlo.
Hace muchos años, no recuerdo bien si fue el o yo, seguramente fui yo, por ser como ya he dicho antes un redomado friki, iniciamos una conversación sobre la vida, la muerte y lo que nos depararía el futuro. Y al final de la conversación llegamos a la conclusión de que queríamos poder decidir de todo lo que nos pasase, aquello que estuviera en nuestra mano y que una de esas cosas era nuestro final. Queríamos dejar dicho qué debía pasar con nosotros en el caso de que uno de los dos muriese. Ya ves, con veinti pocos años.
De modo que nos prometimos mutuamente que en el caso de que uno de los dos muriera, el otro debía cumplir con los deseos de este.
Al final de la carta, mi yo inocente y romántico terminaba el último folio con el clásico «…y en el caso de que ya esté muerto…» y avisaba al posible lector de esas líneas que debía preguntar a mi hermano qué hacer con mis restos.
Las últimas palabras antes de firmar iban dirigidas a él: «Raúl, lo que decía respecto a que hacer conmigo una vez muerto, iba en serio».
Ojalá realmente estuviera hablando con mi yo del pasado.
Bueno hermano, todavía estoy intentando cumplir lo prometido.